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Más afectadas por el desempleo, con menor remuneración en puestos equivalentes o más expuestas al empleo informal… A pesar de numerosos avances registrados en las últimas décadas, las mujeres siguen siendo víctimas de múltiples discriminaciones en materia laboral. No obstante, representan un vivero de crecimiento considerable, en especial en los países en vías de desarrollo.

Según las más recientes cifras de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), la población activa en 2018 representaba 3 500 millones de personas y tres de cada cinco activos eran hombres. De manera que la tasa de actividad de las mujeres, que era de 48 por ciento en 2018, se mantiene inferior a la de los hombres, estimada en 75 por ciento. 

A trabajo equivalente, las mujeres también continúan recibiendo menor paga: en promedio ganan 33 por ciento menos que los hombres. Más preocupante aún, en su último informe la OIT destaca que tras un periodo de rápida mejoría que duró hasta 2003, el progreso para reducir las desigualdades de participación entre hombres y mujeres ha perdido intensidad.

Sin embargo, desde 2017 la OIT destaca los numerosos beneficios previstos por una disminución de la brecha laboral entre hombres y mujeres. Según esas estimaciones, una reducción de 25 por ciento de esta diferencia permitiría inyectar 5,8 billones a la economía mundial, únicamente en salarios. El incremento de ingresos fiscales, considerando tan sólo el impuesto sobre la renta, se estima en 1,5 billones de dólares. Aún mejor, en 2015 el McKinsey Global Institute calculó que una perfecta igualdad de género en cuestiones laborales permitiría al PIB mundial dar un salto de 26 por ciento de aquí a 2025, es decir suministrar 28 billones de dólares adicionales a la economía mundial.