Los récords de calor continúan y se acentúan. El pasado mes de junio, en Columbia Británica, en Canadá, el termómetro registró un nuevo récord de temperatura de 49.5 °C. ¿Qué nos espera a corto y mediano plazo?
Marie-Noëlle Woillez: El calentamiento global conlleva un aumento de la frecuencia y de la intensidad de las olas de calor en todo el mundo. Es un fenómeno que no sólo se ha observado claramente en las últimas décadas, sino que también se había previsto desde hacía tiempo en los modelos climáticos.
Recuerde el récord de calor de 45.9 ° C registrado en la región francesa del Gard en junio de 2019. En función de la intensidad que tenga el futuro calentamiento, lo cual dependerá de las emisiones de gases de efecto invernadero, las temperaturas registradas en los periodos de fuerte calor estival, actualmente consideradas como excepcionales, podrían convertirse en una norma en las próximas décadas.
Al respecto, cabe recordar que las regiones tropicales están especialmente expuestas. En efecto, aunque sus habitantes están más acostumbrados que nosotros al calor intenso, existen límites fisiológicos a la temperatura que un ser humano puede soportar. De manera que en regiones como el Sureste Asiático se podrían generar condiciones de calor peligrosas para la salud durante varios meses al año y es algo que podría producirse a partir de mediados de siglo.
Leer también: la primera parte del sexto informe del IPCC, publicada el 9 de agosto de 2021 (en inglés)
¿Hasta qué punto es realizable el objetivo de limitar el alza de las temperaturas a +1.5 °C?
M-N. W.: El aumento de la temperatura promedio global en el periodo 2011-2020 se estima en aproximadamente1.09 °C con relación a finales del siglo XIX, y los últimos cinco años (2016-2020) han constituido el quinquenio más cálido que se haya registrado desde al menos 1850.
Al ritmo actual de calentamiento, se podría sobrepasar el umbral de 1.5 °C antes de 2050, tal vez a partir de la década de 2030. Para mantenerse por debajo del umbral de 1.5 °C se necesitaría reducir de 40 a 50 % las emisiones de gases de efecto invernadero a partir de 2030, alcanzar la neutralidad carbono en 2050 y retirar CO2 de la atmósfera en la segunda mitad del siglo…
Ahora bien, las emisiones están en constante aumento -punto aparte de la disminución relacionada con la pandemia de COVID-19 que probablemente sea temporal. En otras palabras, teóricamente todavía es posible limitar el alza de temperaturas a 1.5 °C, pero el cambio socioeconómico que ello implica es de tal magnitud que prevalece un fuerte escepticismo sobre la posibilidad de emprenderlo efectivamente con suficiente rapidez.
No obstante, como lo han destacado varios científicos, cada medio grado cuenta. Si el objetivo de 1.5 °C parece poco realista, no significa que sea “demasiado tarde” y que sea inútil intentar reducir nuestras emisiones de manera drástica: ¡un aumento de temperaturas de 2 °C siempre será menos perjudicial que un aumento de 2.5 °C o más!
¿Sobre qué deberíamos apoyarnos para alcanzar el objetivo?
M-N. W.: El informe especial del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) relativo a los impactos de un alza de temperaturas global de 1.5 °C, publicado en 2018, hacía énfasis en la necesidad de efectuar amplios y rápidos cambios en todos los ámbitos y sectores (energía, uso del suelo, planeamiento territorial, urbanismo, infraestructuras, industria…), pero también señalaba cuán difícil será ponerlos en marcha.
Si lo comparamos con cambios realizados en el pasado en sectores específicos, el ritmo de transición requerido no es necesariamente inédito en sí. Sin embargo, la magnitud de la transformación socioeconómica que se necesita efectuar no tiene equivalente histórico. Las dificultades también se deben a los contextos políticos, económicos, institucionales y, en ocasiones, a los compromisos que se tienen que hacer con relación a ciertos objetivos de desarrollo sostenible.
No existe una solución única y universal para cumplir con los objetivos. Limitar las emisiones implica recurrir a una amplia gama de medidas de mitigación, cuya selección depende de la evolución de la demanda energética y de recursos, de la velocidad de descarbonización de nuestras actividades y de la hipótesis de recurrir o no a la captura y al secuestro de carbono.
Por cierto, esta última hipótesis es muy controvertida ya que no se ha probado su factibilidad en el nivel requerido. En todos los casos, será preciso llevar a cabo una descarbonización masiva del sector energético, aunque el control de la demanda -es decir una disminución del consumo general de energía- sería sin duda un propulsor fundamental, para no tener que dejarlo todo en manos de tecnologías que todavía quedan por inventar.